sábado, 22 de noviembre de 2008

¡Eureka!, Ahora ya tengo Estado


A pesar de lo que pueda expresar el título al juicioso lector, no intento formular ideas sobre el surgimiento del Estado, ni sugerir nuestra inclusión en él a partir de decisiones autónomas en un proceso de generación de un consenso hacia la convivencia y la justicia. Por el contrario, sólo realizo un tímido avance hacia la comprensión de aquello que tanto inquieta a múltiples escritores, entre ellos a Kertész: ¿en qué debemos convertirnos para que el control de la vida del Estado pueda ser más bien autodeterminación consciente hacia un accionar favorable al mantenimiento del statu quo o del cambio direccionado?


A pesar de que aquella es la pregunta adecuada, todavía no dice nada sobre dónde radica el problema. Para Hayek parecía claro que el control del Estado sobre el individuo obedecía a un excesivo papel de intervención de esta organización tanto sobre la economía como sobre la vida cotidiana de cada uno de nosotros, lo que era posible lograr mediante la aplicación de su gigantesco poder impersonal y que toma la forma de políticas sociales o estados de excepción; en cualquier caso, al parecer el problema es de excesos y no de puntos esenciales en la concepción misma del Estado: es un mal necesario y en realidad un mal más bien escaso si se limita a las tres funciones clásicas que se le asignan desde la concepción liberal clásica. Si a esto se le adiciona una verdadera república con todo y lo que ello implica en términos de control de poderes desde otras ramas y una carta de derechos sobre libertades negativas, el control sobre la vida sería sumamente restringido.


Las problemáticas enunciadas por los liberales más radicales han sido interiorizadas por las sociedades y nos hemos encaminado hacia su solución sistemática, tanto que podemos afirmar que hoy en día parece ser más fuertes los controles horizontales de poderes y la participación ciudadana, las políticas sociales son más benévolas y al parecer mejoran sustancialmente nuestras calidades de vida, entendida en términos de esperanza de vida, salud, educación promedio, ingresos y hasta los materiales de las viviendas. Es como si el monstruo de Hayek que evita el desenvolvimiento personal, ya no existiera; más bien nos impulsa hacia una vida más libre, hacia unos humanos más capaces.


Desde esta perspectiva, resulta del todo evidente que son críticas reformatorias del sistema y por ende, no substanciales. El Estado puede apropiarse de todo aquello que no modifique su esencia, endogenizando derechos políticos y económicos en visible libertad real para todos e incluso generando la apariencia de unas nuevas limitaciones a su accionar. El problema es que no se ha mencionado hasta ahora cuál es el apoyo del accionar estatal, que al mismo tiempo le permite su existencia e incluso la expansión de sus objetivos “por fuera” de él mismo.


La literatura puede dar buenas pistas sobre el espacio donde tal problema se ubica, dado que ella aporta espacios sensibles de representación del mundo, de visibilización del mundo. Kertész nos habla del problema del buen ciudadano: aquel que comprende el bien común y las vías adecuadas para ello y que actúa en concordancia, siempre impulsado por una fuerza interna de deber, de un pasivo moral que tiene él tanto con la sociedad que le ha provisto el espacio para su vida misma, como con sí mismo como hombre virtuoso; la falta frente a los principios implicaría la presencia de un sentimiento de culpa sumamente doloroso, incluso hasta la negación de sí.


La anterior definición no implica que el buen ciudadano sea aquel que sigue todo el tiempo los preceptos de sus gobernantes o de los derechos. Es por el contrario, quien en el ejercicio de su pensamiento, comprende las injusticias desde las propias del accionar gubernamental y los fallos judiciales, hasta aquellas que persisten en el sistema de derechos civiles y la cultura ciudadana general. Es el hombre crítico, el hombre que trabaja según las necesidades sociales, que trabaja incansablemente, siendo incluso un empresario emprendedor para sacar a su país adelante. Es pues un patriota, quien siente a la nación como sus compañeros de hogar.


La patria como fundamento del Estado, el patriotismo como móvil, la voluntad general como objetivo, este es el ordenamiento del que estamos hablando. El ideal, la utopía última de un Estado es que cada individuo, cada persona, sea un patriota, un buen ciudadano. Así, se puede responder sin problemas a los retos de Hayek y de la modernidad, puesto que cada patriota tiene dentro de sí la fuente de la reforma del ordenamiento social , al tiempo que transforma también al Estado.


Más aun, el cuidado que el patriota puede ofrecer a su hogar – la patria – es superior a lo que puede lograr el mismo Estado con toda su maquinaria gigantesca, ya que su accionar, si bien no es más efectivo para transformar los grandes problemas de la sociedad, es más flexible y se encuentra mejor articulado con los intereses generales (recuérdese que ya es un patriota).


El atento lector se ha dado cuenta que no usamos la palabra patriota en el sentido común: no es el hombre que daría todo por su país, sin importar qué haya hecho éste. Es el hombre que defiende a su nación pero igualmente la critica y que sólo tomaría las armas en caso de que se cometa una brutal injusticia contra ella y fuese esta la única línea de acción; el patriota no es un hombre brutal ni necesariamente radical, es la clase se persona que defiende un hogar, una espacialidad que lo resguarda del mundo agreste, pero que paradójicamente, él debe defender también de fenómenos salvajes.


¿Qué es, entonces, lo que molesta de este patriota tan civilizado? Es justamente esto, el ser civilizado, porque lo es en cuanto se ha acoplado adecuadamente a unos fines – los mismos del Estado – y unos medios de bien. Si el Estado es amable, es decir, si cumple las funciones sociales adecuadas para la libertad real, al tiempo que logra superar sin problemas las dificultades planteadas por Hayek, entonces ese Estado tiene los mismos fines y los mismos medios que nuestro patriota; es decir, la ética universal de la voluntad general, por su lógica innegable derivada de las reflexiones éticas constructivistas consensuales, crea un lazo directo para la relación entre El Estado y El Hombre como la relación social por excelencia, ya que tiene en cuenta los intereses sociales más altruistas incluidos en ella.


Lo que sucede ante la carencia de tan encomiable relación es que, incluso si el Estado encuentra su posición virtuosa, el pueblo no sería adecuado para articularse a él, generando desacuerdos y desórdenes sociales. La tarea se hace clara: la culturización estatal hacia la construcción del patriotismo como virtud personal para la vida social. Lo interesante del mecanismo es lo que puede lograr en cuanto el uso de las capacidades humanas hacia la creación de un organismo o megasujeto nacional, cuya armonía no tendría parangón.


A pesar de la necesidad del patriota para el Estado, debe señalarse que el megasujeto creado todavía posee una ventaja mayúscula sobre aquel: la capacidad de recolección de información de la sociedad en su conjunto lo hace la organización idónea para poner orden sobre las actividades productivas, articulándolas entre sí. El patriota, que comprende las razones esgrimidas, no sólo obedece a aquel, sino que obedece a su pensamiento moral correcto.


El resultado no podría ser mejor descrito por Kertész: el “poder absurdo triunfa de todas maneras sobre nosotros: nos inventa un nombre que no es nuestro y nos convierte en objeto aunque hayamos nacido para otra cosa” El problema es que no sabemos para qué nacimos, el Estado sabe para qué servimos en el sistema justo, luego nos creemos este nombre del que habla el escritor y potenciamos El Poder con la posición asignada. En cualquier caso, el monstruo al que temía Hayek se ha creado desde el patriotismo, que si bien se impulsa desde el Estado, también es una de las virtudes sociales por excelencia.

1 comentario:

Unknown dijo...

A veces, sólo a veces no hay que tener estas crisis de identidad. Al fin y al cabo, ¿quién necesita saber cuál es su estado o su 'patria' cuando se conoce a sí mismo y sabe cuáles son sus fortalezas y debilidades ante la sociedad?

Es más, ¿quién necesita filosofar y ecribir poemas cuando conoce su realidad y se siente a gusto con ella? Es posible soñar en la realidad y es posible crear una filosofía que sólo funcione para la vida propia. Es cierto que han existido grandes pensadores, así como grandes frases en la historia, pero yo digo, no eran ellos tan humanos como yo?, ¿no eran esas frases tan sabias como las que digo en mi mente?

Por último, quién necesita intentar robar la vida de los demás (imitando perfiles profesionales y/o académicos, interfiriendo en la vida personal de alguien, galanteando la pareja de otro) cuando existen un sinnúmero de posibilidades afuera que no dañan a los demás sin despertar el descontento de alguien.

Yo creo que de nada sirve pensar y saber tanto si al final se terminan tomando decisiones irracionales muy costosas, sobre todo cuando hay tanto en juego.