Ha generado bastante indignación en unos y gran apoyo entre otros, el proyecto de ley presentado por el senador Óscar Reyes al inicio del presente mes en las salas del Congreso de la República. Se señala en el proyecto la necesidad imperiosa por respetar y honrar adecuadamente los símbolos patrios y para ello se plantea que los llamados colombianos “nos pongamos de pie, en posición firmes, cada vez que se oigan las notas del Himno Nacional, y además nos llevemos la mano derecha al corazón, ‘según el ejemplo del señor Presidente y de los futbolistas’”[1]
Se pregunta Faciolince ¿es que debemos honrar a una patria que en verdad no existe? Su respuesta se dirige a mostrar que eso que Reyes llama patria, en realidad no se manifiesta a favor de sus habitantes y por el contrario, contamos con un Estado que deja morir a la nación entera. “El que tenemos todavía no es digno de gloria inmarcesible ni de júbilo inmortal. El bien no ha germinado”. Aunque podríamos encontrar suficientes ejemplos de las falencias de la patria, quiero dedicar mi atención a un problema del todo diferente: ¿Qué significa patria? O mejor, ¿cuál es la razón de su existencia como vocablo lleno de contenido de lo que podríamos llamar identificación nacional? Una vez la respuesta a ello se tenga, podremos responder a esta otra: ¿Cuál es el significado de la manifestación pública de sentido del honor hacia esa patria? Como observa el lector, no respondo como colombiano a las preguntas, pues su carácter general me evita adentrarme en un sesgo similar.
El sentido de patria toma dos formas. Uno se relaciona con el lugar de nacimiento y por lo tanto, es puramente coyuntural, contingente e innecesaria para una persona determinada, ya que es resultado del azar que actúa sobre el recién nacido humano y que, por su arbitrariedad, no obliga a nada en forma de deber – pues el deber sólo surge en cuanto existe responsabilidad y por lo tanto, consciencia. Un segundo sentido de la palabra se relaciona con los vínculos jurídicos y socio-afectivos que se producen en los seres humanos respecto a un país-nación determinado y donde, normalmente, se ha nacido, aún cuando esto último no es condición necesaria.
Ambas significaciones en que se usa la palabra permiten dar forma a la identificación social según dos criterios, a saber: la tierra en que se nace o que genera no sólo un referente, sino un sentimiento positivo sobre el mismo, que lleva a las personas a sembrar cierta raíz afectiva; y la sangre, según la cual determinamos quiénes pueden considerarse hermanos – ¿acaso bolivarianos, acaso apasionados colombianos? –, lo que sólo es posible si resultan tener un mismo padre o madre, madre tierra en este caso, para quien se expresan unos comportamientos dignos y unos sentimientos encomiables.
Así pues, se ha postulado la substancia de la patria y todo se ve claramente maravilloso, sin la menor señal de bruma. El país-nación en que vivimos como si fuese nuestro hogar merece acciones para su mejoría y en esto consiste el significado de patriota-héroe patrio, quien no sólo está dispuesto a llevar a cabo tales acciones, sino que las considera tan prioritarias que incluso merecen el riesgo de nuestra vida. La justificación les parece pues evidente: sin el hogar, igual estaríamos muertos o en una vida indigna de ser llamada así; ergo, ofrecer la vida a quien la ha cuidado es un acto de reciprocidad proveniente del más alto altruismo.
Similarmente, el hijo patrio que se niegue a rendir honores dignos y ganados al país-nación que tanto nos ha dado, entonces es un hijo impuro, un desagradecido que ha de llamarse con justeza, bastardo, tal y como los llamaban desde la época de la colonia y luego en la continuidad de las haciendas, a quienes eran descendientes no reconocidos por la autoridad paterna[2]. Aparece la identificación en su más contundente versión tendiente hacia la clasificación y categorización, en la que necesariamente tendrán lugar los excluidos.
El senador Reyes, en forma de amable gesto, evita que nos tomemos el trabajo de pensar en tales categorías de lo digno e indigno para con la patria, así como nos quita la penosa labor de pensar en la objetivización del concepto, de tal manera que los que por documentos jurídicos sean ciudadanos colombianos, tendrán una misma, única e innegable patria. Fin de la discusión bizantina, informa Reyes sonriendo con los gestos propios de quien cumplió con su misión social en el mundo.
¡Un momento! ¿Qué ha pasado? Entre tantos pétalos rodeándonos y cayendo de la bóveda celestial, no hemos tenido tiempo para vigilar lo sucedido: hemos regresado sin percibirlo, al lema tan típico de los fascismos, sangre y tierra, mediante el que se justificó el holocausto por la “evidente” exclusión de ciertos grupos sociales – también previamente clasificados como tales –, por su falta de respeto a los símbolos patrios. He aquí el quid de la discusión. La palabra patria no puede dejar de hacer referencia a su esencia, ello es, un criterio de clasificación social impuesto desde diferentes niveles – incluso, autoimpuesto y no sólo desde los gobiernos centrales – y por lo tanto, como toda categorización identitaria, lleva a que unos sean patriotas y otros no; esto será visto no sólo como una clasificación propia de una ciencia exacta, que no lo es y por tanto, no es neutral, para ser una clasificación con importante contenido normativo sobre lo que debe o no debe ser. Who is not a patriot, ought not to be.
De esta manera, quien se niegue a ser patriota será juzgado por alta traición a la patria y perderá así todo derecho proveniente del Estado, puesto que aquella persona ha dejado de tener su cualidad de ciudadano y era ésta forma jurídica la que le garantizaba los derechos humanos, que curiosamente – pero no por azar – no atañen a los humanos sino a los ciudadanos-patriotas que dignifiquen el Estado que los vio nacer[3], mediante el honramiento adecuado de los símbolos patrios.
Ahora bien, la propuesta de Reyes implica un fuerte castigo a quien no “honre” aquella simbología. Estos símbolos son la representación humana de la madre tierra y como tal, reciben un digno reconocimiento – aunque, el absurdo reside en la falta de sujeto en este caso para efectuar la acción de recibir algo –. Ya se conoce entonces el desenlace.
Antes de finalizar, presento otro problema de la propuesta de Reyes consistente en la existencia de personas – ¿me atreveré a decirles malvadas? – que no están de acuerdo con el proyecto. ¿Cómo pues se justifica la obligación de algo que se encuentra en el terreno propio de la moral, tal y como es el respeto por algo? Es difícil pensar en que la represión llevará respeto; a lo sumo, miedo y desdén, pero la obligación por coerción no puede desenvolver en deber y de esta manera, el objetivo último del proyecto ve un impedimento en su propio terreno.
¿Debe el patriotismo ser una política gubernamental hasta convertirse en una ley que implique derechos y deberes? Nuestra aproximación sugiere la cercanía del concepto en cuestión con la exclusión desde los más cotidianos ámbitos del desenvolvimiento personal, fruto de la interiorización del patriotismo por la exaltación excesiva del simbolismo que lo representa y determina categorías de clasificación-ordenación social de-cumplir-un-lugar-en-el-Estado y en-la-sociedad impuestos-autoimpuestos.
[1] Citado por el escritor Héctor Abad Faciolince en su columna de El Espectador, titulada “Patria y patriotería” del 9 de Agosto de 2008.
[2] Se recuerdan los análisis de Michael F. Jiménez, el gran historiador y autor del artículo “Mujeres incautas y sus hijos bastardos” clase, genero y resistencia campesina en la región cafetera de Cundinamarca. 1900 – 1930. En Historia Crítica, Universidad de los Andes, Nos. 3 y 4, 1990.
[3] Ya el maravilloso genio de Agamben había puesto de relieve este punto sobre los derechos, los estados liberales, en su breve ensayo La política del exilio.
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