jueves, 28 de agosto de 2008

¡Eureka!, Tengo Patria


Ha generado bastante indignación en unos y gran apoyo entre otros, el proyecto de ley presentado por el senador Óscar Reyes al inicio del presente mes en las salas del Congreso de la República. Se señala en el proyecto la necesidad imperiosa por respetar y honrar adecuadamente los símbolos patrios y para ello se plantea que los llamados colombianos “nos pongamos de pie, en posición firmes, cada vez que se oigan las notas del Himno Nacional, y además nos llevemos la mano derecha al corazón, ‘según el ejemplo del señor Presidente y de los futbolistas’”[1]


Se pregunta Faciolince ¿es que debemos honrar a una patria que en verdad no existe? Su respuesta se dirige a mostrar que eso que Reyes llama patria, en realidad no se manifiesta a favor de sus habitantes y por el contrario, contamos con un Estado que deja morir a la nación entera. “El que tenemos todavía no es digno de gloria inmarcesible ni de júbilo inmortal. El bien no ha germinado”. Aunque podríamos encontrar suficientes ejemplos de las falencias de la patria, quiero dedicar mi atención a un problema del todo diferente: ¿Qué significa patria? O mejor, ¿cuál es la razón de su existencia como vocablo lleno de contenido de lo que podríamos llamar identificación nacional? Una vez la respuesta a ello se tenga, podremos responder a esta otra: ¿Cuál es el significado de la manifestación pública de sentido del honor hacia esa patria? Como observa el lector, no respondo como colombiano a las preguntas, pues su carácter general me evita adentrarme en un sesgo similar.


El sentido de patria toma dos formas. Uno se relaciona con el lugar de nacimiento y por lo tanto, es puramente coyuntural, contingente e innecesaria para una persona determinada, ya que es resultado del azar que actúa sobre el recién nacido humano y que, por su arbitrariedad, no obliga a nada en forma de deber – pues el deber sólo surge en cuanto existe responsabilidad y por lo tanto, consciencia. Un segundo sentido de la palabra se relaciona con los vínculos jurídicos y socio-afectivos que se producen en los seres humanos respecto a un país-nación determinado y donde, normalmente, se ha nacido, aún cuando esto último no es condición necesaria.


Ambas significaciones en que se usa la palabra permiten dar forma a la identificación social según dos criterios, a saber: la tierra en que se nace o que genera no sólo un referente, sino un sentimiento positivo sobre el mismo, que lleva a las personas a sembrar cierta raíz afectiva; y la sangre, según la cual determinamos quiénes pueden considerarse hermanos – ¿acaso bolivarianos, acaso apasionados colombianos? –, lo que sólo es posible si resultan tener un mismo padre o madre, madre tierra en este caso, para quien se expresan unos comportamientos dignos y unos sentimientos encomiables.


Así pues, se ha postulado la substancia de la patria y todo se ve claramente maravilloso, sin la menor señal de bruma. El país-nación en que vivimos como si fuese nuestro hogar merece acciones para su mejoría y en esto consiste el significado de patriota-héroe patrio, quien no sólo está dispuesto a llevar a cabo tales acciones, sino que las considera tan prioritarias que incluso merecen el riesgo de nuestra vida. La justificación les parece pues evidente: sin el hogar, igual estaríamos muertos o en una vida indigna de ser llamada así; ergo, ofrecer la vida a quien la ha cuidado es un acto de reciprocidad proveniente del más alto altruismo.


Similarmente, el hijo patrio que se niegue a rendir honores dignos y ganados al país-nación que tanto nos ha dado, entonces es un hijo impuro, un desagradecido que ha de llamarse con justeza, bastardo, tal y como los llamaban desde la época de la colonia y luego en la continuidad de las haciendas, a quienes eran descendientes no reconocidos por la autoridad paterna[2]. Aparece la identificación en su más contundente versión tendiente hacia la clasificación y categorización, en la que necesariamente tendrán lugar los excluidos.


El senador Reyes, en forma de amable gesto, evita que nos tomemos el trabajo de pensar en tales categorías de lo digno e indigno para con la patria, así como nos quita la penosa labor de pensar en la objetivización del concepto, de tal manera que los que por documentos jurídicos sean ciudadanos colombianos, tendrán una misma, única e innegable patria. Fin de la discusión bizantina, informa Reyes sonriendo con los gestos propios de quien cumplió con su misión social en el mundo.


¡Un momento! ¿Qué ha pasado? Entre tantos pétalos rodeándonos y cayendo de la bóveda celestial, no hemos tenido tiempo para vigilar lo sucedido: hemos regresado sin percibirlo, al lema tan típico de los fascismos, sangre y tierra, mediante el que se justificó el holocausto por la “evidente” exclusión de ciertos grupos sociales – también previamente clasificados como tales –, por su falta de respeto a los símbolos patrios. He aquí el quid de la discusión. La palabra patria no puede dejar de hacer referencia a su esencia, ello es, un criterio de clasificación social impuesto desde diferentes niveles – incluso, autoimpuesto y no sólo desde los gobiernos centrales – y por lo tanto, como toda categorización identitaria, lleva a que unos sean patriotas y otros no; esto será visto no sólo como una clasificación propia de una ciencia exacta, que no lo es y por tanto, no es neutral, para ser una clasificación con importante contenido normativo sobre lo que debe o no debe ser. Who is not a patriot, ought not to be.


De esta manera, quien se niegue a ser patriota será juzgado por alta traición a la patria y perderá así todo derecho proveniente del Estado, puesto que aquella persona ha dejado de tener su cualidad de ciudadano y era ésta forma jurídica la que le garantizaba los derechos humanos, que curiosamente – pero no por azar – no atañen a los humanos sino a los ciudadanos-patriotas que dignifiquen el Estado que los vio nacer[3], mediante el honramiento adecuado de los símbolos patrios.


Ahora bien, la propuesta de Reyes implica un fuerte castigo a quien no “honre” aquella simbología. Estos símbolos son la representación humana de la madre tierra y como tal, reciben un digno reconocimiento – aunque, el absurdo reside en la falta de sujeto en este caso para efectuar la acción de recibir algo –. Ya se conoce entonces el desenlace.


Antes de finalizar, presento otro problema de la propuesta de Reyes consistente en la existencia de personas – ¿me atreveré a decirles malvadas? – que no están de acuerdo con el proyecto. ¿Cómo pues se justifica la obligación de algo que se encuentra en el terreno propio de la moral, tal y como es el respeto por algo? Es difícil pensar en que la represión llevará respeto; a lo sumo, miedo y desdén, pero la obligación por coerción no puede desenvolver en deber y de esta manera, el objetivo último del proyecto ve un impedimento en su propio terreno.


¿Debe el patriotismo ser una política gubernamental hasta convertirse en una ley que implique derechos y deberes? Nuestra aproximación sugiere la cercanía del concepto en cuestión con la exclusión desde los más cotidianos ámbitos del desenvolvimiento personal, fruto de la interiorización del patriotismo por la exaltación excesiva del simbolismo que lo representa y determina categorías de clasificación-ordenación social de-cumplir-un-lugar-en-el-Estado y en-la-sociedad impuestos-autoimpuestos.



[1] Citado por el escritor Héctor Abad Faciolince en su columna de El Espectador, titulada “Patria y patriotería” del 9 de Agosto de 2008.

[2] Se recuerdan los análisis de Michael F. Jiménez, el gran historiador y autor del artículo “Mujeres incautas y sus hijos bastardos” clase, genero y resistencia campesina en la región cafetera de Cundinamarca. 1900 – 1930. En Historia Crítica, Universidad de los Andes, Nos. 3 y 4, 1990.

[3] Ya el maravilloso genio de Agamben había puesto de relieve este punto sobre los derechos, los estados liberales, en su breve ensayo La política del exilio.

domingo, 24 de agosto de 2008

Criticando la mercantilización total


Recientemente, Alejandro Gaviria, reconocido economista y profesor de la Universidad de los Andes, con ocasión de su columna semanal en el diario El Espectador, escribió “Pero nadie se atrevió a señalar que la propuesta del alcalde llama la atención sobre un fenómeno inquietante: los desequilibrios en el mercado de parejas”. Traía a colación la anécdota del pueblo australiano en el que su alcalde, viendo la gran diferencia entre el número de hombres y mujeres, hace un llamado para que éstas acudan “en busca de la felicidad”[1].


Gaviria, viendo que las opiniones públicas se dirigieron hacia una crítica al machismo persistente en Australia, decide mostrarnos otra cara del problema, la faceta objetiva y preocupante desde el Estado: el desequilibrio en sí de los números. Nuestro interés, sin embargo, no es juzgar si las cifras son correctas o si es un problema que incumbe al Estado; en su lugar, preferimos poner nuestra atención en el enfoque adoptado por el profesor en su columna: ¿Por qué puede verse como un mercado de parejas? Pregunta que nos dirige hacia la definición misma de mercado.


La definición más simple que podemos encontrar de mercado lo considera un espacio, no reducido a aspectos físicos, en el que los individuos realizan los intercambios. Estos intercambios consisten en un traspaso mutuo de derechos de propiedad entre agentes, quienes tienen la posibilidad de determinar la equivalencia de lo entregado por ambas partes y hacen efectivo el cálculo – incluso si el cálculo es defectuoso, si no obedece a la optimización de utilidades, etc., en todo caso se hace un cálculo de equivalencia, independientemente del criterio que se utilice para ello.


Aún más, Cataño[2] sostiene que los mercados son espacios de socialización, de relacionamiento humano y por lo tanto, no es un mero “sitio geográfico”, invitando a considerarlo como espacios de coordinación descentralizada de decisiones personales. Así, se guarda relación con la visión que tiene Sen[3] de los mercados, en cuanto se observa como una institución social.


Obsérvese que el mercado no es un espacio en el que se llevan a cabo todas las relaciones humanas, sino sólo aquellas que contienen intercambios, tal y como fueron considerados arriba. Esto implica que una gran cantidad de interacciones personales como aquellas pertenecientes al campo del altruismo o aquellas propias de los sentimientos del ser, no se encuentran contempladas en el mecanismo social de coordinación, pues: a) el sentido de la coordinación es radicalmente diferente, incluso si es que en estos campos puede considerarse su existencia; b) no existe un cálculo claro y necesario de equivalencia de los traspasos para el intercambio; y c) no aparecen demandas y ofertas en el sentido económico en el que aparecen en los mercados[4].


¿Puede existir un mercado de parejas? Ciertamente puede tener expresión en el mundo[5], pero ello sólo sucede bajo condiciones bien restrictivas: si quienes buscan pareja, no sólo buscan reciprocidad, sino que ella se encuentra bien determinada por cada quien mediante sus cálculos de equivalencia. Nos veríamos así ante relaciones de pareja de suma cero, al menos desde la apariencia de cada uno, que en caso de no darse, entonces sucedería algo similar a esto:


“Muchas prefieren competir por un buen partido en la ciudad a casarse con el amigo de toda la vida que representa precisamente el mundo del que quieren escapar” (Gaviria, 2008).


Adicionalmente, surgirán fuerzas de oferta y demanda, donde su desequilibrio llevará a una posición ventajosa de una de las partes:


“Cuando abundan las mujeres atractivas y educadas, como sucede en Nueva York o en Bogotá para no ir tan lejos, la realidad comienza a parecerse a Sex and the city. Los hombres deseados sacan provecho de la abundancia de mujeres, de su escasez relativa. El ansia indiscriminada de los machos termina venciendo la pasividad discriminante de las hembras. Los hombres pueden conseguir lo que quieren sin promesas matrimoniales o grandes inversiones” (Gaviria, 2008).


Y la coordinación consistiría en que las preferencias de todos se saciaran de la mejor manera posible, es decir, que cada mujer encuentre al hombre que considera mejor dentro de lo posible.


El panorama que nos presenta el profesor Gaviria resulta desolador: los sentimientos amorosos se han convertido en resultado de cálculos de preferencias y equivalencias, siendo necesaria la cuenta de lo que cada persona aporta a su pareja. Asistimos a la cuantificación de la vida emocional, cuyo imposible es cuestionado hasta la desaparición de nosotros mismos como seres sentimentales. Las parejas se encuentran en mercados, algunos más o menos perfectos, donde la competencia debe ser regulada y así se comprende el llamado del alcalde: el exterminio humano para evitar el exterminio de la raza racionalmente comprendida por la biología y la economía.


Se nos responderá que el profesor no quería decir eso, que su argumento intentaba resaltar sólo la dificultad de algunas mujeres y hombres para encontrar una pareja, que por eso, al final de la columna resalta una característica diferente, más humana:


“No muchas mujeres acudirán al llamado del alcalde australiano. La mayoría prefiere la escasez de buenos partidos a la abundancia de malos prospectos. En todas partes, sobra decirlo, las mujeres jóvenes dejan a los malos conocidos para ir en busca de los buenos por conocer” (Gaviria, 2008).


¿Pero es que podemos determinar objetivamente los buenos partidos? En el mercado, esta calidad se reflejaría en lo que puede ofrecerle a la mujer: al parecer sigue pensando en cuantificación de la cualidad, la cuantificación aún inconsciente, aún somnolientos, aún para evaluar cualidades en los intercambios mercantiles, que poco cambian, a no ser por la estructura de preferencias de la función de utilidad de los individuos.


El lector deberá preguntarse: ¿calculamos tanto en nuestras relaciones personales como para estar en un mercado? ¿Evaluamos a la competencia según la cuantificación del intercambio? ¿Los sentimientos son sólo resultado de los cálculos que nos indican en quién fijarnos? No digo que las relaciones de pareja sean irracionales, solamente no creo que la racionalidad sea propia de los mercados y que la interacción con la pareja se rija según intercambios, como en los mercados.



[2] Cataño, José Félix (1997). El modelo de equilibrio general: ¿Estático o estéril? En Cuadernos de Economía No. 27, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá D.C.

[3] Ver El mercado y las libertades en este mismo blog, Junio de 2008.

[4] Buchanan propone estudiar lo político a partir de mercados, donde aparecen fuerzas de oferta y demanda. Sin embargo, la lógica sigue siendo económica, tal y como él lo reconoce en su formulación de la economía constitucional.

[5] Alguno de esos que hemos creado para “modernizarnos” bajo patrones de lo racional: quien mira el mundo de forma racional, será visto de forma racional por el mundo, ambas cosas se determinan recíprocamente, decía K., no el K. que sufre metamorfosis, aunque sí en su compañía; es el K. que canta el Kaddish por su liquidación.