domingo, 24 de agosto de 2008

Criticando la mercantilización total


Recientemente, Alejandro Gaviria, reconocido economista y profesor de la Universidad de los Andes, con ocasión de su columna semanal en el diario El Espectador, escribió “Pero nadie se atrevió a señalar que la propuesta del alcalde llama la atención sobre un fenómeno inquietante: los desequilibrios en el mercado de parejas”. Traía a colación la anécdota del pueblo australiano en el que su alcalde, viendo la gran diferencia entre el número de hombres y mujeres, hace un llamado para que éstas acudan “en busca de la felicidad”[1].


Gaviria, viendo que las opiniones públicas se dirigieron hacia una crítica al machismo persistente en Australia, decide mostrarnos otra cara del problema, la faceta objetiva y preocupante desde el Estado: el desequilibrio en sí de los números. Nuestro interés, sin embargo, no es juzgar si las cifras son correctas o si es un problema que incumbe al Estado; en su lugar, preferimos poner nuestra atención en el enfoque adoptado por el profesor en su columna: ¿Por qué puede verse como un mercado de parejas? Pregunta que nos dirige hacia la definición misma de mercado.


La definición más simple que podemos encontrar de mercado lo considera un espacio, no reducido a aspectos físicos, en el que los individuos realizan los intercambios. Estos intercambios consisten en un traspaso mutuo de derechos de propiedad entre agentes, quienes tienen la posibilidad de determinar la equivalencia de lo entregado por ambas partes y hacen efectivo el cálculo – incluso si el cálculo es defectuoso, si no obedece a la optimización de utilidades, etc., en todo caso se hace un cálculo de equivalencia, independientemente del criterio que se utilice para ello.


Aún más, Cataño[2] sostiene que los mercados son espacios de socialización, de relacionamiento humano y por lo tanto, no es un mero “sitio geográfico”, invitando a considerarlo como espacios de coordinación descentralizada de decisiones personales. Así, se guarda relación con la visión que tiene Sen[3] de los mercados, en cuanto se observa como una institución social.


Obsérvese que el mercado no es un espacio en el que se llevan a cabo todas las relaciones humanas, sino sólo aquellas que contienen intercambios, tal y como fueron considerados arriba. Esto implica que una gran cantidad de interacciones personales como aquellas pertenecientes al campo del altruismo o aquellas propias de los sentimientos del ser, no se encuentran contempladas en el mecanismo social de coordinación, pues: a) el sentido de la coordinación es radicalmente diferente, incluso si es que en estos campos puede considerarse su existencia; b) no existe un cálculo claro y necesario de equivalencia de los traspasos para el intercambio; y c) no aparecen demandas y ofertas en el sentido económico en el que aparecen en los mercados[4].


¿Puede existir un mercado de parejas? Ciertamente puede tener expresión en el mundo[5], pero ello sólo sucede bajo condiciones bien restrictivas: si quienes buscan pareja, no sólo buscan reciprocidad, sino que ella se encuentra bien determinada por cada quien mediante sus cálculos de equivalencia. Nos veríamos así ante relaciones de pareja de suma cero, al menos desde la apariencia de cada uno, que en caso de no darse, entonces sucedería algo similar a esto:


“Muchas prefieren competir por un buen partido en la ciudad a casarse con el amigo de toda la vida que representa precisamente el mundo del que quieren escapar” (Gaviria, 2008).


Adicionalmente, surgirán fuerzas de oferta y demanda, donde su desequilibrio llevará a una posición ventajosa de una de las partes:


“Cuando abundan las mujeres atractivas y educadas, como sucede en Nueva York o en Bogotá para no ir tan lejos, la realidad comienza a parecerse a Sex and the city. Los hombres deseados sacan provecho de la abundancia de mujeres, de su escasez relativa. El ansia indiscriminada de los machos termina venciendo la pasividad discriminante de las hembras. Los hombres pueden conseguir lo que quieren sin promesas matrimoniales o grandes inversiones” (Gaviria, 2008).


Y la coordinación consistiría en que las preferencias de todos se saciaran de la mejor manera posible, es decir, que cada mujer encuentre al hombre que considera mejor dentro de lo posible.


El panorama que nos presenta el profesor Gaviria resulta desolador: los sentimientos amorosos se han convertido en resultado de cálculos de preferencias y equivalencias, siendo necesaria la cuenta de lo que cada persona aporta a su pareja. Asistimos a la cuantificación de la vida emocional, cuyo imposible es cuestionado hasta la desaparición de nosotros mismos como seres sentimentales. Las parejas se encuentran en mercados, algunos más o menos perfectos, donde la competencia debe ser regulada y así se comprende el llamado del alcalde: el exterminio humano para evitar el exterminio de la raza racionalmente comprendida por la biología y la economía.


Se nos responderá que el profesor no quería decir eso, que su argumento intentaba resaltar sólo la dificultad de algunas mujeres y hombres para encontrar una pareja, que por eso, al final de la columna resalta una característica diferente, más humana:


“No muchas mujeres acudirán al llamado del alcalde australiano. La mayoría prefiere la escasez de buenos partidos a la abundancia de malos prospectos. En todas partes, sobra decirlo, las mujeres jóvenes dejan a los malos conocidos para ir en busca de los buenos por conocer” (Gaviria, 2008).


¿Pero es que podemos determinar objetivamente los buenos partidos? En el mercado, esta calidad se reflejaría en lo que puede ofrecerle a la mujer: al parecer sigue pensando en cuantificación de la cualidad, la cuantificación aún inconsciente, aún somnolientos, aún para evaluar cualidades en los intercambios mercantiles, que poco cambian, a no ser por la estructura de preferencias de la función de utilidad de los individuos.


El lector deberá preguntarse: ¿calculamos tanto en nuestras relaciones personales como para estar en un mercado? ¿Evaluamos a la competencia según la cuantificación del intercambio? ¿Los sentimientos son sólo resultado de los cálculos que nos indican en quién fijarnos? No digo que las relaciones de pareja sean irracionales, solamente no creo que la racionalidad sea propia de los mercados y que la interacción con la pareja se rija según intercambios, como en los mercados.



[2] Cataño, José Félix (1997). El modelo de equilibrio general: ¿Estático o estéril? En Cuadernos de Economía No. 27, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá D.C.

[3] Ver El mercado y las libertades en este mismo blog, Junio de 2008.

[4] Buchanan propone estudiar lo político a partir de mercados, donde aparecen fuerzas de oferta y demanda. Sin embargo, la lógica sigue siendo económica, tal y como él lo reconoce en su formulación de la economía constitucional.

[5] Alguno de esos que hemos creado para “modernizarnos” bajo patrones de lo racional: quien mira el mundo de forma racional, será visto de forma racional por el mundo, ambas cosas se determinan recíprocamente, decía K., no el K. que sufre metamorfosis, aunque sí en su compañía; es el K. que canta el Kaddish por su liquidación.

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