domingo, 20 de julio de 2008

¿Se puede hacer ética sin hacer moral?


Esta es una bien conocida propuesta del liberalismo político y en ella se fundamenta la legitimidad de los postulados en defensa de la acción gubernamental dirigida a conformar una justa estructura institucional de las sociedades. En este caso, se analizará tal afirmación desde la teoría expuesta por Phillipe Van Parijs en el ensayo “¿Qué es una nación justa, un mundo justo, una empresa justa?”[1].


En primer lugar, es necesario enfatizar la fuerte influencia del pensamiento de Rawls en la estructura teórica de Van Parijs, ya que esto nos circunscribe en concepciones de justicia alrededor de la imparcialidad. Esto quiere decir que al interior de esta corriente de pensamiento, instituciones justas son aquellas que realizan acciones no arbitrarias, aquellas que son neutrales frente a lo que cada uno de los individuos constituyentes quieren hacer con sus vidas. En términos generales, es una concepción liberal de la justicia, donde cada persona puede tener sus propias concepciones sobre lo que es bueno y por ende, digno de perseguir.


En segundo lugar, la propuesta de los liberales es entonces una sociedad lo más pluralista posible, donde cada quien tenga la posibilidad de elegir sus objetivos de vida, decidir sobre su adhesión a tal o cual comunidad dentro de la sociedad y tal o cual religión. Sólo existe un requisito fundamental para poder realizar estos planes de vida libremente: deben respetarse las decisiones de cada quien sobre su vida, es decir, no debe existir la heteronomía.


Ahora bien, antes de realizar más afirmaciones, definamos moral y ética. Empecemos por describir cuáles son los nexos entre ética y moral, para lo cual usaré como base la evolución de ambas palabras en nuestro idioma (Ver www.elcastellano.org). Ambas palabras podían ser traducidas inicialmente como costumbre, pues moral provenía del latín moralis, y ética del griego ethos[2]. Este resultado llevaría a que no se pudiera hacer ética sin moral, pues serían virtualmente lo mismo. Sin embargo, sabemos que las palabras evolucionan de manera extraña y a veces sorprendente, razón por la que no sería correcto quedarnos con esta primera idea.


Posteriormente, la palabra ética se transformó, separándose de la moral en su sentido literal y adoptando el significado de filosofía de la moral (DRAE). ¿Qué es entonces la moral? Dicha palabra sí continuó ligada a las costumbres, concibiéndose entonces como un concepto con fundamento social y resultado de interacciones entre las personas en el transcurso de la historia. Desde la perspectiva de la moral, estas costumbres tienen un impacto en la forma como las personas conciben qué es lo bueno y lo malo, expresando una especie de peso social sobre la constitución de las personas morales, sin que ello nos lleve necesariamente hacia la pérdida de la autodeterminación.


Entonces, podemos decir que a grandes rasgos la moral es la concepción personal de lo que es bueno o malo según el contacto de cada persona con su entorno social. La ética es entonces el estudio racional sobre la validez de estas concepciones morales, es decir, la búsqueda de lo razonable socialmente.


Por lo tanto, mientras la ética parece un ejercicio de la razón, la moral hace referencia a la acción humana. Pero es imperativo hacer aquí una aclaración: que la moral haga referencia a la praxis humana, al actuar, no quiere decir que la moral sólo tenga campo de aplicación en lo que es, mientras que la ética sobre lo que debe ser. Tal diferenciación es errónea, lo que ilustraremos con un ejemplo.


Supongamos que tenemos una concepción moral que nos dice que ser católicos es lo correcto y seguir los mandamientos (10) que dicta tal religión es lo bueno; la violación de los mandamientos – el pecado – es lo malo y no ser católicos es malo, pues se está fuera del Dios benefactor, origen y fin de todo en este mundo. El criterio utilizado obedece a un ejercicio intelectual, según el cual ante la existencia de una posible vida después de la muerte física, esta vida espiritual tendrá tal o cual forma según el seguimiento de los mandamientos de “Dios”. Si en mi actuación yo digo una mentira con responsabilidad, entonces mi moral juzga tal hecho y dice que es malo, pues ello sería castigado por “Dios”; ¿aquí hacemos referencia solamente a lo que es? Pues no. En realidad hemos utilizado una visión normativa para analizar lo que es, en el sentido en que tenemos un escenario de lo que es deseable: no cometer pecados y seguir los dictados de “Dios”. El juicio mismo hace referencia siempre a una visión normativa, mientras que las explicaciones son propias del campo de lo que es. Por ende, la moral no hace sólo referencia al hecho mismo, sino que lo estudia desde un deber-ser específico e influido por la sociedad circundante; tanto ética como moral están en el campo del deber ser.


Ahora, en este contexto semántico, ¿qué quiere decir Van Parijs cuando nos dice que una teoría de la justicia tiene el reto de hacer ética sin moral? En primer lugar, es una invitación a analizar los contenidos de las concepciones morales, buscando realizar juicios sobre su validez o no, pero al mismo tiempo, no se están realizando juicios de una forma de vida específica, sino que se toman todas ellas para su contrastación. Ello es parte del necesario respeto por la capacidad de formular juicios de cada quien, es decir, se respeta la autonomía y autodeterminación de cada hombre.


La realización de este ideal al interior de una sociedad como la nuestra, implica que ninguna norma, ya sea de carácter formal o informal, puede inmiscuirse en las decisiones de los individuos sobre lo que es bueno o malo para sí mismos, excepto cuando tales concepciones atañen al ordenamiento social. Por lo tanto, la sociedad tiene la posibilidad de decir que tal o cual comportamiento individual es incorrecto siempre que esta persona viole los fundamentos de la sociedad justa, es decir, mínimamente, que irrespete las concepciones privadas sobre la vida buena.


¿Cómo se expresa todo esto? En legislaciones que no hablen sobre qué objetivo deben seguir los individuos, pues en tal caso, se está imponiendo desde afuera planes de vida que cada quien, de forma libre, podría estar eligiendo sin necesidad de la legislación y más bien, como un proceso de autodeterminación. La legislación, por tanto, sólo debe tratar temáticas de la vida social respetando en todo momento el pluralismo justo. Un buen ejemplo de esta expresión de hacer ética sin moral es el derecho positivo que garantiza la libertad de cultos, donde cada quien puede adoptar la posición que quiera al respecto, siempre que no se inmiscuya mediante la coerción en las concepciones religiosas de otros. Otro ejemplo puede plantearse desde la libertad de opinión, donde se le garantiza a cada quien la posibilidad de pensar y expresar su pensamiento públicamente, siempre guardando la dignidad de otras personas y sin obligar que su opinión sea aceptada en un grupo social.


¿Cómo justificar la intromisión estatal, o en términos más generales, la intromisión social en la vida personal de los individuos libres? Nuevamente esto sólo se realiza en cuanto el proyecto de vida de un individuo no resulta razonable, es decir, atenta contra los fundamentos éticos de la sociedad, poniendo en peligro la libertad del resto. Desde esta visión liberal clásica, el Estado puede entenderse como aquella institución que crea un espacio de libertad igual para todos, al menos en lo concerniente a la libertad negativa[3].


Pero, si muchos individuos atentan contra este fundamento ético de la sociedad liberal, ¿se podría decir que no es posible una sociedad justa que no realice juicios morales? Pues no se puede decir esto. Recordemos que es un supuesto que los agentes sean razonables, adjetivo este que busca enfatizar el respeto por otras visiones. Si los muchos violan el principio ético del respeto al pluralismo, significa que la sociedad, o mejor, el Estado que la acompaña, deberán actuar éticamente para mantener la justicia amenazada, castigando a quienes no pueden ser razonables. En conclusión, no se obliga a que quienes atentan contra el orden tengan tal plan de vida, sino que se impide que este plan se lleve a cabo por motivos éticos. Se hace ética para controlar ciertas visiones de la vida que no pueden ser válidas; este parece ser el papel de los aparatos de justicia.


Entendámonos: no se quiere decir que la ética sea un problema independiente de la moral, pues aquella trata las temáticas de esta última. No se dice que se hace ética sin moral, pues ello implicaría un vacío de la ética; se afirma que se hacen juicios éticos, pero no se hacen juicios morales, sino juicios sobre la moral.


¿Se propone que cada individuo que realice un juicio ético renuncie a su posición moral? Si esto fuera así, entonces estaríamos diciendo que el individuo en cuestión abandone su persona moral por un momento, lo que claramente es imposible. Por el contrario, se le pide a cada quien que continúe con su posición moral incluso al realizar el juicio ético, pues así puede argumentar a favor de sus ideas y enriquecer la filosofía de la moral; lo que no se le permite es el abandono del respeto al pluralismo y pensar las instituciones sociales desde tal perspectiva de tolerancia.


Ahora una última consideración crítica respecto a este enfoque. Se nos podría objetar todavía que no podemos alejarnos de la moral, pues consideramos en cualquier caso una visión de que el respeto al pluralismo es lo bueno y por lo tanto, que buscamos inculcar una forma específica de moral. Esta crítica es muy pertinente y merece un espacio de análisis.


En primer lugar, el respeto por el pluralismo es resultado de la evaluación razonable y racional de los juicios propios sobre lo que consideramos justicia, sustentados en la idea de que en dicho valor reside el fondo del concepto de libertad que se tiene a nivel privado. Como se remite a valores últimos deseables y se argumenta la importancia de los juicios éticos sin hacer moral, entonces la afirmación que nos ocupa es resultado de la reflexión ética.


En segundo lugar, como diría J. S. Mill, recurrimos a un sentimiento de la conciencia que nos afirma el respeto a otras posiciones como algo positivo: no sólo es cuestión de un principio de justicia, sino de que creamos que la posición de cada quien merece ser respetada, la nuestra incluida, y por lo tanto no querríamos que se nos negara la posibilidad de elegir la vida que queremos según nuestra valoración moral.


Por lo tanto, parece que no sólo es factible, sino deseable que una sociedad y su Estado hagan juicios éticos sobre lo que es o no justo, y dejen para los privados todo el problema de lo que es bueno o malo en la vida de cada quien. Cualquier alejamiento del postulado liberal parece conllevar al totalitarismo de cierta visión de la política sobre las demás dimensiones de la vida personal, predominando entonces la heteronomía y pérdida de la libertad[4].



[1] Este ensayo es parte del libro Contrastes sobre lo justo. Debates en justicia comunitaria, que se puede encontrar en la red: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/colombia/ipc/contrast.pdf

[2] La traducción de ethos es problemática, por la existencia de varias acepciones adicionales, dentro de las que encontramos una forma de retórica conjuntamente con el pathos y el logos. Además, puede comprenderse como una forma de estatismo estético. Aquí, sin embargo, abandonamos ambas etimologías para dirigirnos hacia aquella relacionada con la valoración del accionar humano.

[3] Entendemos como libertad negativa aquella que determina un espacio de acción libre de coacción de otros individuos. Entonces, la libertad negativa estaría relacionada con la posibilidad de inmunizarse de la voluntad y poder de personas con quienes busco convivir.

[4] Resulta interesante sobre este tópico la exposición de Rawls en “La idea del consenso traslapante”, que puede verse en el libro Liberalismo Político del mismo autor.

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